21 de octubre de 2016

Un buen aislante térmico puede ahorrar energía

Tener un buen aislante térmico puede reducir un 30% la pérdida de la energía en un edificio, reduciendo así la factura eléctrica y del gas, reducir las emisiones de CO2 y contribuir a cuidar el medio ambiente.

Por todo ello es importante elegir bien el aislante térmico que se va a utilizar en la construcción de un nuevo edificio y aprovechar cualquier rehabilitación para mejorar este aspecto.

Hoy en día existen normativas que regulan la obligatoriedad de cumplir unos requisitos mínimos de eficiencia energética: Código Técnico de la Edificación (CTE) o el nuevo Reglamento de Instalaciones Térmicas en los Edificios (RITE).
Existen diversos estudios sobre estos materiales, ya que tenemos que tener en cuenta no solo lo que puede ahorrar en energía, si no cuánta es necesaria para su fabricación y transporte. Para hacer estos estudios se miran diversos parámetros:
  • Peso: indicará su facilidad para el transporte y montaje. El más ligero será más fácil de montar y menos contaminante.
  • Conductividad: el menor valor nos indicará qué material aísla mejor.
  • Ahorro de energía
  • Coste de energía
  • Balance entre la energía ahorrada y la consumida
  • Cantidad de residuos generada por cada metro cuadrado de material
  • Emisión de CO2
  • Precio
Existen materiales que pueden ahorrar mucha energía, generar pocos residuos y ser bastante económicos, como puede ser la lana de vidrio. Otros son materiales renovables y menos contaminantes en su fabricación, aunque su grado de aislamiento no sea el deseado, como el aglomerado de corcho.
 
Las conclusiones que sacan en dichos estudios son muy similares y coinciden en que no existe el producto ideal.
 
Hay productos que pueden ser muy buenos para unos criterios pero no para otros. Para tener una respuesta más objetiva habría que recurrir al Análisis del ciclo de vida (LCA) que es una relación de todos los impactos positivos y negativos de un producto en el ambiente. Estos impactos se miden en cada etapa de la vida del producto, desde la extracción de las materias primas hasta el final del uso del producto y la demolición del edificio, con indicadores ligados a los desperdicios, las emisiones y el consumo de recursos.


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